Este fin de semana ha tenido lugar en el Mar Menor la dura travesía que va desde la Isla de la Perdiguera a la localidad costera de Los Alcázares. Nuestro amigo Manuel Gil Gambín ha tenido la gentileza de realizar la crónica de la experiencia:
¡¡¡BUNZZZ,
BUNZZZ, BUNZZZ!!! Suena el despertador. Son las 5:30 de la madrugada,
lo apago y me giro pensando ¿¿¿Quién me mandará a mí, a meterme
en estos líos???... Intento volver a coger el sueño y esperar a que
el despertador vuelva a sonar en cinco minutos, pero ya es imposible,
mi cabeza está en marcha y empiezo a evaluar, si no será demasiada
distancia, si habré entrenado adecuadamente, si el esfuerzo al que
me entrego libre y voluntariamente, merece la pena o tiene sentido
alguno, y considero que sí, que si lo tiene, y me levanto de un
salto sin volver a dejar que el despertador suene por segunda vez,
por respeto a mis vástagos y a mi señora, que duermen cerca , mis
hijos en el más dulce de los sueños y mi mujer alargando su mano y
sin abrir los ojos, me dedica un ¡¡¡buena suerte!!!, que me da el
ánimo suficiente para afrontar con decisión mi objetivo.
Llego
a Los Alcázares un poquito antes de que amanezca y mientras espero a
recoger el dorsal en forma de gorro de natación, la mañana nos
regala uno de esos preciosos amaneceres, que se producen cada día
sobre nuestra laguna salada y que a pesar de ser un acontecimiento
diario, difícilmente se saborean con la frecuencia que debiéramos y
acorde a su belleza, y pienso que tan solo esa imagen es suficiente
recompensa del madrugón y del esfuerzo que me espera.
El
trayecto en barco es precioso, la soledad de la isla cuando
desembarcamos te cautiva y no queda rastro de esos chiringuitos que
años atrás llenaban la isla de ruido y suciedad, y te das cuenta de
que esta isla, como todo el mar menor, son un entorno único al que
deberíamos proteger aun más si cabe.
48
personas están preparadas para tomar la salida, un número muy bajo
debido a que la distancia y las medusas desalientan a muchos
nadadores. Estiro un poco y me coloco mi mp3 acuático, que va a ser
el encargado de poner la banda sonora a este reto al que me enfrento
por tercera vez consecutiva y que inicio suavemente, una vez dan la
salida, consciente de que son 6 kilómetros y que en la dosificación,
está el éxito de la prueba.
La
primera parte de la natación se realiza al abrigo de la isla, donde
me entretengo observando el fondo y donde comienzo a ver las primeras
medusas, que son un anticipo de lo que nos espera más adelante.
Voy
buscando el equilibrio en cada brazada, en cada respiración, en cada
patada, de forma que deslice con la mayor suavidad posible dentro del
agua y voy avistando los primeros grandes bancos de medusas, ¡¡¡es
bonito verlas!!!, con esa forma de platillos volantes que parecen
inundar el cielo de una invasión alienígena. Analizas el banco
buscando un hueco por donde pasar y mientras contemplas su belleza,
eres consciente de que tú eres el intruso y que ellas tienen más
derecho a estar ahí. Unas veces encuentras el hueco para pasar, pero
otras veces no y tienes que llevar cuidado, ya que a pesar de que son
inofensivas y no pican, el liquido que desprenden, indoloro en
cualquier parte del cuerpo, te produce cierto picor en la cara y
especialmente en los labios, aunque dicho efecto urticante no dura
más allá de los 3 minutos.
Ya
estoy en la boya que marca el kilometro 3, que es el ecuador de la
prueba y es el momento de aumentar la intensidad y la potencia de
cada brazada, me encuentro bien y pronto obtengo los resultados pues
rápidamente alcanzo la boya numero 4, que me da un extra de
motivación y me lanzo como un torpedo a por la boya numero 5, la
cual alcanzo con sorprendente con extraña facilidad, ¡¡¡algo
falla, algo no encaja!!!. La boya numero 5 marca el ultimo kilometro
de travesía, pero según mis cálculos la costa está a más de un
kilometro, ¡¡¡MIERDA, las ultimas boyas, no están
equidistantes!!! y el ultimo kilometro se me hace eterno, y la costa
no llega, y cada vez que levanto la cabeza todo parece estar a la
misma distancia que la última vez que la levanté. ¡¡¡Hay que
echar el resto Gambin!!!, me digo para mis adentros y por fin cruzo
el arco de meta y alcanzo la tan ansiada botella de agua dulce, con
la que llevo soñando los 20 últimos minutos de travesía. He
tardado 2 horas 10 minutos, dos minutos más que el año pasado, pero
mi sensación es que me he encontrado mejor y estoy satisfecho del
resultado.
El
club náutico nos cede sus instalaciones para una buena ducha y tras
una rápida entrega de trofeos, ya que no hay categorías, nos
homenajean con un suculento aperitivo que compensa con creces el
escaso avituallamiento de final de travesía, donde solo había agua
dulce a temperatura ambiente y donde se echa de menos alguna fruta o
una simple Coca-Cola, que te haga la recuperación algo más dulce y
te ayude a quitar la sensación de quemazón que el alto contenido en
sal del agua te produce en la boca.
Me
despido de organizadores y nadadores, y me voy inmerso en mis
pensamiento, y pienso que es perfecto esto de que seamos tan solo 48
nadadores, que todo es más intimo y familiar, y que nadar no es
tarea fácil, ni habitual, ni multitudinaria, y que quizás por eso
el Everest lo han subido 4.000 personas y El Estrecho lo han cruzado
nadando tan solo 800 y pienso si algún día lo haré, y si lo
lograré, y si conseguiré hacerlo antes de que lleguen al millar……..
y pienso….. ¿Quién sabe?.
¡ENHORABUENA CAMPEÓN!